EXPEDIENTE BABEL, (por Kenneth Chávez)- Tomoko es
la estocada final que resquebraja el corazón de Mishima. Muerte en el estío abarca toda esa fuerza estética (de lo bello-cruel)
en que generalmente se somete la literatura asiática, y particularmente la de
este loco y desdichado heredero samurái, amante de la muerte, con una postura
totalmente diferente a esa negación de vida que proponen los europeos en medio
de sus crisis espirituales.
Esta se trata de una muerte auténtica y arraigada
en una tradición milenaria que sólo se puede desentrañar de un código cultural
propio, sin embargo el autor de la Perla
y otros cuentos no se resiste en contarnos la literatura como un espejo de
su vida misma, un testimonio latente que desgarra por sus ataduras en los
tramas psicológicos.
Esta vida desbocada en la muerte, este espejo que
se vierte en un espacio cuyas paredes son espejos traspuestos de un mundo
líquido escurrido entre las manos; esta es la literatura de Yukio, su
testimonio renacerá en cada palabra dicha, como cuando un hombre tiene una mancha de nacimiento en la espalda, a veces
siente la necesidad de proclamarlo: <<Óiganme todos, ustedes no lo saben,
pero yo tengo una mancha color púrpura en mi espalda>>.
La culpa continuará acechando a sus personajes,
porque están hechos de esa sustancia llamada Negación. Tomoko ante su esposo Masaru, seguirá temiéndole, incluso
luego de revelarle que su hermana junto a sus hijas han sido abrazadas por las
profundas aguas de la sureña Península de Izu: -Me culpan y yo debo excusarme ante ellos. Me miran como si yo fuera la
sirvienta atontada que deja caer el niño en el río.
De esta forma, Mishima, quien nunca dejó de
escribir, incluso por unos cuantos yenes, logró fabricar esos personajes mal
queridos, deformados por el miedo, por la zozobra de existir en un mundo donde los
recuerdos son como puntas afiladas que se te clavan en la cabeza. Pobre Tomoko
de papel, no podía dejar de pensar en los
otros dos niños, y el remordimiento volvía nuevamente a asaltarla.
Probablemente, el pequeño Yukio al que todos le
conocieron esos dolores provocados por los golpes fuertes al corazón, o estocadas
invisibles que le produjo la vida trastornada de su madre, le trajo ese mal
querer, esa espina de doble punta con la que dio vida y muerte a estos infantes,
a esta pobre mujer torturada por la culpa, humano inverosímil de aguantar y que
frente a la máquina de coser olvidaba sus
pesares, o bien porque luego perdió
la costumbre de recordar.
Una y otra vez, tratando de matar el recuerdo sin
poder limpiar la sombra de esa muerte, así pienso a Mishima, porque él mismo lo
dice en su ya acorralado destino, el
asesino vuelve siempre al escenario del crimen, como vuelven tus palabras a
tu muerte, porque Tomoko no fue más que tu propia memoria acusándote siempre, y
vos le diste vida, en estas palabras, para luego leerlas en esta página amarilla, para romper esta
página, para quemar esta página, para terminar con todo esto que te sigue, y
que no lograste desaparecer sino con un infinito adiós, más allá del olvido.