17 oct 2012

José Donoso con los hilos del mundo en sus dedos

Bajando al infierno de El lugar sin límites



Por KENNETH CHÁVEZ

La garra del escritor no se discute, se afirma en posición vertical y penetra desgarrando y limando las asperezas de esa palabra chata y superflua; Donoso cuánto se aprende de sí mismo, con su espinazo siempre quebrado, obligándose como un faquir a acostarse en su cama de clavos,  hasta disfrutar el dolor inicuo, ese dolor de sufrir su propia literatura.

El lugar sin límites (José Donoso, 1967) se convierte en ese infierno para el escritor homosexual que se transfigura en su personaje Manuela, como una hazaña apoteósica; pero firme  y convincente. Un salir de los subterfugios de la sexualidad con cierta decencia.

Pero no deja de ser su infierno, ese Lugar sin límites debajo del cielo faustiano. El interrogatorio dado en el epígrafe del libro, que se cierne, que se centra en ese otro raro de la literatura (Marlowe), y que luego se justifica en el proceder de su narración.

Fausto: Primero te interrogaré acerca del infierno. Dime, ¿dónde queda el lugar que los hombres llaman infierno?
Mefistófeles: Debajo del cielo.
Fausto: Sí, pero ¿en qué lugar?
Mefistófeles: en las entrañas de estos elementos. Donde somos torturados y permaneceremos siempre.   

En su carácter sociológico, el asco y aversión sentido por los hombres y su efecto viril causado, se define con el eje temático que mueve todo el andamiaje de la obra. Hombres-personajes sumidos en esa miseria de ser hombres, como un género totalizador, donde todos son la unidad y representatividad del machismo diabólico que impera en un mundo adverso.

“Estos hombres de cejas gruesas y voces ásperas eran todos iguales: apenas oscurece comienzan  a manosear. Y dejan todo impregnado con olor de aceite de maquinarias y a galpón y a cigarrillos baratos y a sudor....  

Así, los hombres son seres despreciados, toscos, burdos, embrutecidos por el licor y el sexo; personajes torturados y denigrados, tratando de reinar el infierno indomable que los asfixia, esa vieja Estación ´El Olivo´, con topos desfigurada, sin rostro, con la única tendencia de ser recuerdo-olvidado, y anteponerse como protagonista principal del relator.

Este Olivo, esta Estación, este infierno, este aturdido inconsciente Donosiano, todo primado por Don Alejo, el dueño de la casa de las niñas, de todo su fundo, el pequeño Dios que “Tenía (que tiene)  los hilos de todo el mundo en sus dedos”, y seguirá siendo así mientras los Perros Negros estén a sus pies, lamiendo con generosidad y satisfaciendo sus propios deseos, los deseos ocultos del hombre.