Por KENNETH CHÁVEZ
La garra del escritor
no se discute, se afirma en posición vertical y penetra desgarrando y limando
las asperezas de esa palabra chata y superflua; Donoso cuánto se aprende de sí
mismo, con su espinazo siempre quebrado, obligándose como un faquir a acostarse
en su cama de clavos, hasta disfrutar el
dolor inicuo, ese dolor de sufrir su propia literatura.
El lugar sin límites (José Donoso, 1967)
se convierte en ese infierno para el escritor homosexual que se transfigura en
su personaje Manuela, como una hazaña apoteósica; pero firme y convincente. Un salir de los subterfugios
de la sexualidad con cierta decencia.
Pero no deja de ser
su infierno, ese Lugar sin límites
debajo del cielo faustiano. El interrogatorio dado en el epígrafe del libro,
que se cierne, que se centra en ese otro raro de la literatura (Marlowe), y que
luego se justifica en el proceder de su narración.
Fausto:
Primero te interrogaré acerca del infierno. Dime, ¿dónde queda el lugar que los
hombres llaman infierno?
Mefistófeles:
Debajo del cielo.
Fausto: Sí,
pero ¿en qué lugar?
Mefistófeles:
en las entrañas de estos elementos. Donde somos torturados y permaneceremos
siempre.
En su carácter sociológico, el asco y aversión sentido
por los hombres y su efecto viril causado, se define con el eje temático que
mueve todo el andamiaje de la obra. Hombres-personajes sumidos en esa miseria
de ser hombres, como un género totalizador, donde todos son la unidad y
representatividad del machismo diabólico que impera en un mundo adverso.
“Estos hombres
de cejas gruesas y voces ásperas eran todos iguales: apenas oscurece
comienzan a manosear. Y dejan todo
impregnado con olor de aceite de maquinarias y a galpón y a cigarrillos baratos
y a sudor....
Así, los hombres son seres despreciados, toscos,
burdos, embrutecidos por el licor y el sexo; personajes torturados y
denigrados, tratando de reinar el infierno indomable que los asfixia, esa vieja
Estación ´El Olivo´, con topos desfigurada,
sin rostro, con la única tendencia de ser recuerdo-olvidado, y anteponerse como
protagonista principal del relator.
Este Olivo, esta Estación, este infierno, este
aturdido inconsciente Donosiano, todo primado por Don Alejo, el dueño de la
casa de las niñas, de todo su fundo, el pequeño Dios que “Tenía (que tiene) los hilos de todo el mundo en sus dedos”,
y seguirá siendo así mientras los Perros Negros estén a sus pies, lamiendo con
generosidad y satisfaciendo sus propios deseos, los deseos ocultos del hombre.